QUE SÍ, QUÉ NO, ¿QUIÉN SABE?
Leyendas urbanas
En la barra de un bodegón. En la coqueta mesita de un restó-bar. En la caja de un superchino. Frente a un cajero automático. O en la salida del colegio. De boca en boca los mitos callejeros recorren nuestro barrio. Investigadores del Angelito ganaron la calle. ¿Su misión? Relevar cada centímetro de baldosa, bache y cuneta. ¿Su objetivo? Encontrar historias verdaderas. O falsas. Esto es lo que trajeron. ¿Qué quiere qué hagamos?
LEGENDARIO VECINO
El loco de la gomera

Liderada por un militar fuera de serie, en los años 60′ nuestra televisión experimentó una extraña revolución: la del Capitán Piluso. Alberto Olmedo, junto a su fiel Coquito tuvo así su primer éxito. Y le aportó a nuestra tele, dos elementos, hasta ese momento, desconocidos: naturalidad y buen humor. Un sombrero (que hoy llamamos Piluso), una remera a rayas, un cinturón con pistolera vacía y colgada de su cuello una horqueta con tirador elástico. En Palermo, un niño se hizo fanático del programa. Y al crecer, no pudo superarlo. Benito Billera, desde pequeño utilizó su gomera contra todo lo que -se moviera o no- se le cruzara al paso: gatos, perros, pájaros, vidrios, luces, carteles. Y personas también. Esta es la siniestra historia de otro asocial que logró convertirse en un auténtico azote humano en nuestras calles.
Los perros

Los primeros en advertir el accionar del temible muchachito fueron sus vecinos, en la zona de Serrano y Gorriti. Ladridos y maullidos de dolor sin motivo aparente. Ante la desesperación de sus amos, en balcones, umbrales y veredas, los canes enloquecían súbitamente. Al tiempo, un hombre sentado en la puerta de su casa advirtió el fenómeno en forma casual. «Estaba tomando mate -cuenta Doña María su viuda- y desde adentro escuché que gritaba. Y al mismo tiempo un perro que aullaba: «¡Fue una bolita, fue una bolita, le pegaron desde allá arriba! Don Berto, ferroviario jubilado reciente matizaba sus tardes viendo pasar la gente y autos frente a su domicilio. Y nunca supo que fue el primer testigo en el extraño caso de Benito Billera, infaustamente célebre como «El loco de la gomera». El cronista no pudo dar crédito a su suerte: «¿No me cree? Dijo la mujer. Espere un poquito. Unos minutos después regresó con un puño cerrado. Mi marido, pobre, se impresionó tanto con ese episodio que la guardó. Acá está. Se había hecho un llavero para no perderla. Con esto le pegaron al pichicho ese hace tantos años. En su mano una japonesa con bandas azules y amarillas.
Las «hazañas» de Billera generaron daños por doquier. Vidrios y cristales de ventanas y vitrinas de comercios comenzaron a estallar. Un maligno rumor de la época, sostenía que se trataba de una maniobra de los vidrieros para incrementar su trabajo. Luego vino la época en que nuestro lamentable personaje sumió al barrio en el «oscurantismo». En un par de semanas las luces del alumbrado público empezaron a desaparecer. Cada día, una nueva esquina se sumaba a las penumbras. Las autoridades municipales de la época cambiaron cientos de lámparas. Pero a medida que las reponían se rompían otras.
Fueron momentos difíciles, y en la práctica, marcaron el apogeo del Loco de la Gomera en nuestras calles. Su ambición lo perdió. Durante la decáda de los 90’s, aprovechando el descontento de los vecinos de la entonces Zona Roja con la invasión de travestis y clientes, «El loco de la gomera» la emprendió contra autos y travestidos. Aunque no trascendió en su momento, en un par de oportunidades, un piquete de trabajadores sexuales advirtió su presencia. En la primera solo sufrió un par de golpes. Pero en la segunda oportunidad fue a parar al Fernández con traumatismos varios. De ahí se lo llevaron las fuerzas del orden al Borda. Y ahí permanece. Al acecho. Esperando el momento para volver.
FANTASMAS EN EL PARQUE LAS HERAS
Gritos en el Parque

Vecinos y caminantes nocturnos alertan sobre la existencia de espectros que merodean por la zona. Se trataría de espíritus de ex presidiarios de la vieja Penitenciaria Nacional.
«Una fría madrugada a fines de marzo , a eso de las cuatro me despertaron unas voces que sonaban a lo lejos. Me asomé al balcón que da sobre la plaza y me impresionó la neblina sobre el terreno. No podía distinguir senderos, bancos, palmeras ni la calesita. Allá al fondo alcanzaba a ver las luces de Las Heras. Ahí fue cuando escuché un tipo que vociferaba. El tono era autoritario. «¡Todas las puertas cerradas!». Luego sonó un estrépito de fierros que golpeaban todos juntos entre sí. Como si uno cerrara la puerta de un ascensor gigante. ¡Todos los internos adentro! ¡Los encargados de piso, las llaves al centro! ¡Apaguen las luces!»
Hasta aquí el testimonio anónimo. Una recorrida por la zona deparó nuevas sorpresas. Pero quizás el más escalofriante de los relatos sea el siguiente. Pertenece a una joven profesora de yoga que vive en una de las torres sobre Juncal. «Jamás lo olvidaré. Fue la noche del 23 de marzo, en realidad madrugada del 24. Estaba navegando en internet y era bastante tarde, pasadas las dos por lo menos. Comencé a escuchar música, como de una banda militar. Y venía desde el parque. Me asomé al balcón y lo primero que me asustó fue la niebla. No podìa distinguir nada. De repente, una brisa helada vino desde el rio y ahí fue que me quedé dura. En el medio del Parque había un edificio inmenso de una forma extraña con muros blancos. Una estructura central con cuatro o cinco construcciones como los brazos de un pulpo. Iluminada por una fantasmagòrica claridad pude ver cientos, o miles de personas formadas en el medio de un enorme patio. Casi todos vestían uniforme a rayas blancas y negras. Salvo unos cuántos que parecían policías. Sonó un clarín y un par de gritos. Todos se formaron rígidos y, desde no se dónde apareció un grupo de policías que traían a uno de uniforme a rayas. Lo ubicaron frente a una especie de paredón. Y frente a él se pararon unos diez policías con armas. Uno vestido de negro se acercó al tipo que estaba solo como amarrado a un poste». Hasta aquí llegó su relato. «Justo en ese momento comenzó a soplar el viento y la niebla lo cubrió todo. No pude ver nada. Aunque escuché una explosión fuerte, como de varias armas que tiraban al mismo tiempo». Increíble no? Durante dos noches hicimos guardia en la terraza de un caserón vecino al parque. Escuchamos a Dolina hasta las dos. Tomamos mate y nos quedamos dormidos hasta la salida del sol. No vimos nada extraño. Volveremos pronto a ver qué pasa.
ESTATUAS ANIMADAS EN UN RINCÓN DEL BARRIO
Los enanos del Pasaje Voltaire

Algo extraño sucede por allí.Una casa adornada con figuras de yeso, los típicos enanitos de jardín, concita la atención de atribulados viandantes.. Algunos vecinos juran que las figuras se mueven.
Entre Arévalo, Carranza, Costa Rica y Nicaragua, oculto a los ojos del mundanal rui-do, el Pasaje que recuerda al escritor y pensador francés es uno de los tantos rincones amables de nuestra Comuna de Palermo. En sus dos cuadras, destaca una casita de dos plantas con una muralla de ladrillos y negras rejas. Sobre el muro, una serie de pequeñas estatuas llama la atención del caminante. En diferentes posiciones, cuatro a cada lado de la entrada, ocho enanitos exhiben sus herramientas de jardín. En el interior, sobre el tejado de la puerta de entrada, dos más completan el equipo. Y nada más. Una casa más en otro paraje del barrio. ¿Pero es así?
A nuestra redacción, por mail y por teléfono llegaron las primeras noticias. Algo extraño, dicen nuestros informantes, sucede en el Pasaje Voltaire. Como casi siempre, y esto es así, los vecinos piden discreción. Y la obtienen.
Un cronista joven, buen mozo y simpático fue eyectado desde nuestra central a la zona del conflicto. Este es su relato.
«Mire este muchacho, para mí son cosas de chicos, pero la cuestión es que Jonathan no quiere pasar más por ahí. Dice que los enanos se mueven. Que le hacen muecas. Usted sabe como son los chicos. La cuestión es que ahora para ir a la panadería tengo que dar una vuelta enorme» Si bien el pequeño no fue entrevistado, su madre no dejó lugar a dudas. Un canillita de la zona aceptó un café en un bodegón cercano: «Mirá flaco, yo reparto diarios desde que nací, y jamás me pasó algo parecido. Nosotros andamos temprano, la gente sale para el trabajo, los chicos para el colegio, los porteros barren y todo bien. Pero en el pasaje no entro más. Arreglé con los frentistas dejarle los diarios en el boliche de la esquina».
¿Qué pasó?
«Te dije que voy todos los días. ¿Vistes los enanitos? Bueno. El primero de la derecha tiene una regadera ¿vistes? Bueno. En un tiro paso para dejar La Nación en esa casa. No me preguntes por qué, pero miré para arriba. Y lo veo al petiso sin la regadera y con la mano derecha en alto saludándome como si fuera Hitler. No sabés cómo se me frunció el que te jedi hermano. Otra vuelta, uno de la otra punta, el que tiene un rastrillo. Dejo el diario y al salir veo que largó el rastrillo y con la mano derecha me hace el fuck you (gesto hostil utilizado por los estadounidenses que consiste en el dedo medio erguido y los restantes en puño)
En la zona
Pese a nuestros reiterados timbrazos nadie contestó. De acuerdo con un vecino, la familia está de vacaciones. Las alegres estatuillas a lo largo del muro, de siniestro o malévolo no tienen nada. Son las acostumbras figuras que adornan muchos jardines, y casas de veraneo en la costa atlántica. Las fotos ayudarían a realizar algunas comparaciones. Para ello, uno de nuestros kamikazes, munido de cámara digital hizo varias tomas en diferentes horas del día, sin que a simple vista pudiera notarse cambio alguno en las figuras. El problema se presentó al bajar las fotos a la PC. El archivo con las imágenes se estropeo y no pudo ser recuperada ninguna. Cuando el cronista volvió al lugar, su maquina dejó de funcionar. «Tenía las pilas cargadas, había buena luz y ningún problema. Pero cuando la prendí, nada. No arrancaba. No voy más.»
Textos: Orson Pers

abrazo amigo…
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