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Matías Szulanski dirige “Buenas noches” (2024) y continúa explorando el peculiar universo de personajes, escenarios y circunstancias que caracterizan su cine: “Pendeja, payasa y gorda (2017), Juana banana (2022), Último recurso (2023) Berta y Pablo (2024) entre otras.
La película es un thriller de acción que narra la accidentada noche de la protagonista en una Buenos Aires hostil y llena de inesperadas e imprevistas circunstancias
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Una joven brasileña de unos treinta años (Rebeca Rossato), llega a la ciudad con la intención de quedarse en casa de su tía. Le han perdido su valija y toma un auto para llegar a su destino. El conductor parece mostrarse amistoso e indaga sobre las circunstancias que rodean a la pasajera. La invita a comer, su tía por teléfono le aclara que confundió el dia de su llegada y esta en Salta con su novio, pero nada es gratis y después de un choripan en la costanera, el chofer se escapa con su bolso y celular.
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Aquí el destino se hace presente como un flujo de misterio. La única posibilidad, sin dinero ni documentos, es encontrar algún personaje que la hospede por una noche. Esta solución será disparador de una carrera lenta, pero con los ingrediente precisos para construir un descenso interminable a la tragedia. Dos chicas la llevan a un cumpleaños, de allí a un depto de un desconocido, de allí a un hospital a estafar a un siniestro mafioso traficante de órganos. La cadena de sucesos comienza a reproducirse y a oscurecerse de forma inexplicable. La cuidad late mediante bares y fiestas con desconocidos. En ellos, la recién llegada perece no intuir o no temer a nada. Distante y sin comprometerse, se relaciona sin inhibiciones. El director parece pedirle una actitud inexpresiva que casi no la involucra en nada, se asume como nuestra propia mirada omnipresente de los hechos. Esta distancia esta en sintonía con una atmósfera coloquial, siempre al borde de lo prohibido.
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Los hechos son posibles, verosímiles por una lado y extraños por otro. Tienen la ambivalencia de lo fantástico y lo cotidiano, un merito que destila la película y seduce las miradas. Las actuaciones, con muchos primeros planos, sostienen una historia donde todo transcurre y se multiplica. Los malos son explícitamente malos y los buenos no lo son tanto.
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Buenas noches es una cronología temporal donde las actores entran y salen, pero todo mantiene el ritmo que su director le impone. La ciudad es el recipiente donde se cocina algo de maldad y algo de inocencia forzada, no hay inocentes y sobran culpables. Los espacios urbanos hacen de carrusel con forma de laberinto donde no se encuentra la salida. Hay una detonante que pone en juego la acción necesaria para que todo llegue a su fin. El cierre es acertado, la cámara hace foco en las miradas de las jóvenes actrices que callan y sugieren. La noche es atractivamente turbia y porteña, desde la pizzeria Imperio hasta el portugués de Anama Ferreira. La protagonista no puede escapar a algo que la captura, una mezcla de mala suerte y sordidez genuina y violenta que la sobrevuela y como un mapa la guía a su destino.
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