Un documental que retrata la vida de un manicomio implica meterse allí dentro e indagar y buscar testimonios, dándole un tratamiento cinematográfico a esas imágenes con un sentido artístico y sin perder el eje de analisis social. Malena Villarino cumple ambas premisas y nos conmueve con su film.
Colonia Oliveros

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En un neuropsiquiátrico situado en medio del campo en la provincia de Santa Fe, a 70 km de Rosario, la cámara de Villarino se entromete en una realidad que comúnmente espanta.La salud mental es un despojo a abandonar para una sociedad, cuyo mérito a conseguir es ser lo más productivo y normativo posible. El deterioro edilicio acompaña la película como una letanía que nos angustia desde el comienzo.La fragilidad emocional de los internos está expuesta en palabras y gestos.
Camas con colchones devastados, son casi una tela decorativa en esta pintura, y construyen un abandono minuciosamente restaurado por el arte del cine. Las salas nos parecen un lugar definitivamente inhabitable, pero es allí, en ese oscuro complejo de habitaciones sin calefacción y sin luz, por donde los pacientes deambulan como sombras a la deriva de la nada.
La directora va armando su collage, el neuropsiquiátrico está literalmente en ruinas, sus profesionales mantienen a sus pacientes con el cóctel correspondiente de droga para cada uno. La cámara los registra de a poco, a veces afuera, donde no hacen nada. Algunos intentan buscar una salida que jamás consiguen, con escasa convicción producto de su confusión mental.
Hay actividades creativas o pedagógicas no son del todo eficientes y mucho menos las estrategias terapéuticas. La vida cotidiana de pacientes, enfermeros, psiquiatras y psicólogos, es un tiempo cumplido, un final anunciado. El encierro se muestra con la poesía de una cámara de cine. La sala mayor encuentra a los internos solos, dispersos, cada uno con sus dolencias expuestas y con tics o arrebatos dialécticos. Sus ojos llenos de debilidad piden permiso para ver. Son espíritus acorralados en sus propios delirios o fantasmas.
A este desamparo lo simboliza el viejo televisor de la sala, cuya imagen se distorsiona constantemente y por donde las noticias exponen una realidad que actúa como regidora de la normalidad. Casi nadie le presta atención y se lo intenta sintonizar una y otra vez. La cámara se desplaza por los caminos que rodean al edificio. Una secuencia de lo que jamás les será permitido tener, la vida real. Allí nada tiene futuro, solo hay heridas de un pasado que lastima y un presente que agoniza.
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Es un documental didáctico que golpea sobre la mirada de la sociedad sobre la salud mental y de sus pacientes. Es una vidriera a una crueldad social que inconscientemente se aleja de aquello a lo que teme. Villarino se juega cámara en mano y está tan cerca de cada protagonista como su capacidad le permite. Es un documento tremendo, los pacientes hablan y exponen sus dolencias, los médicos y auxiliares hacen lo que creen es suficiente. El estado está ausente, la solidaridad y la contención, miran a veces de cerca y otras de lejos. Nada es mucho y todo tiene poco

De cerca Nadie es normal, a través de 10 años de investigación cuestiona a través de la voz de sus personajes, el concepto de locura que como sociedad aceptamos e institucionalizados.
La directora Malena Villarino.

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Malena tiene el coraje de filmar y exponer la locura. Se involucra a pleno y construye con su lente un hilo conductor a partir de su sensibilidad. Finalmente concluye con imágenes llenas de arte que muestran el espanto de este abandono social. Elige quirúrgicamente los relatos, desde los médicos o enfermeros justificándose, hasta el de los pacientes que absortos a lo que viven, relatan su propio mundo tan lejos y tan cerca. El documental es un compromiso con la salud y la dignidad.
Malena no abusa de primeros planos que expongan el dolor y la desorientación, cada aparición en imagen o texto tiene un contexto visual que lo sustenta. Por momentos sentimos que es la cámara la única que acaricia a estos pacientes y nos obliga a reflexionar sobre eso.
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Palabras de Malena:
El documental nace en el Congreso de Salud Mental en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo del 2004, a raíz de conocer la experiencia de los enfermeros y enfermeras del lugar que contaron en un seminario cómo habían empezado a rever sus prácticas laborales y pudieron encontrar nuevas formas de abordar a los pacientes. Gracias a los cambios subjetivos en su accionar laboral, los pacientes mejoraron.
Luego supe que la colonia Oliveros, donde se filmó la película, estaba tomada por sus trabajadores y tomaban las decisiones en forma de asamblearia, lo cual lo hacía distinto al resto de los hospitales de Argentina y Sudamérica.
En esta situación única, me dieron ganas de investigar más en profundidad, y viajé a Santa Fe, al pueblo de Oliveros a visitar y a conocer a los pacientes, a los trabajadores y sus habitantes en general. Había trabajado audiovisualmente en comunidades campesinas en Santiago del Estero, sobre la salud popular y la medicina ancestral.
Originalmente iba a hablar sobre los modos productivos y las cooperativas dentro de la colonia, pero luego decidí hablar de la locura de la normalidad y creo que eso fue superador.
También fue un film que atravesó su propia “locura” y su propio camino de sanación. En el 2008 ganamos un subsidio del INCAA, luego fuimos estafados por el productor de ese momento. Hubo un juicio que duró 10 años, y ganamos. Probar esta situación y poder estrenar la película fue una lucha encarnizada por la verdad.
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Villarino hizo coincidir la fecha del rodaje con el encuentro de radios que se realizó en la institución de Oliveros, al cual asistieron radios de distintos manicomios como la radio La Colifata, de Buenos Aires, y otras radios comunitarias. Lo que el espectador ve es casi una caricatura de lo que debería ser. Algunos se animan a hablar, pero no parece servir más que para una catarsis emocional. Por momentos se baila con la música de un grupo que intenta devolver la alegría al lugar de donde hace rato se ha ido.
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