Billy Brown, es un exconvicto recién liberado que quiere reencontrarse con sus padres, pero debe mentirles sobre su trabajo y su vida amorosa para impresionarlos. Además, quiere vengarse y planea matar al hombre que, según su visión, lo llevó a la ruina.
Billy sale en libertad y se encuentra solo, se sienta en un banco a esperar un ómnibus que no toma quedándose dormido, se despierta con una necesidad imperiosa de orinar. Este será inicio del derrotero al que nos sumerge el director. Una y otra vez se verá frustrado porque no le permiten pasar al baño en la misma cárcel de la que recién salió, ni al de algún restaurante donde es rechazado. A esto se suma su torpeza para hacerlo en la vía pública. Su cuerpo empieza a retorcerse y su rostro tallado de desesperanza es una composición realista y convincente que comienza a incomodarnos.
El personaje está desalineado y aunque se lo ve pacífico es solo un tipo contenido, su mente encierra una violencia que destila de a ratos e impulsivamente, para luego volver a esa debilidad tan frágil que lo humaniza.
La historia pareciera pasar por el reconocimiento que pretende Billy de sus padres, a los que les ha mentido mientras estuvo preso. Para ello necesita visitarlos como una redención milagrosa a construir. Este es obviamente el meollo de su dolor, un trauma existencial que le da esa falsa identidad del hombre que quisiera ser y que sus progenitores desprecian.
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Perdió una apuesta y pagó con la cárcel ese error, pero está decidido a asesinar al jugador que falló el tiro y selló la derrota de su equipo de fútbol americano al que había apostado dinero. Así comienza un tobogán descendente por el que seguirá cayendo.
Para ello rapta a una joven, Layla, y con manipulación la domina. Ella no muestra miedo, parece intrigada por el personaje y dispuesta a acompañarlo. La idea es presentarla en la casa de sus padres como su mujer. Aquí aparece un Billy atormentado por lo que quiere enfrentar, empantanado en indicaciones, obsesivo repite una y otra vez lo que espera que Layla diga y haga. Se incómoda de repente y luego se relaja, es una síntesis de la desesperación. Sus padres son frívolos y totalmente desapegados de su hijo, al que no registran como tal, solo ponen su mirada en Layla.
El clima del film es oscuro constantemente, la sensación es de una tensión que se construye de a poco. Cada ambiente está armado estéticamente y forma parte de un todo. Las tomas son trabajadas con cambios de luz y encuadres artísticos que suman belleza y sentido.
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La reunión familiar se concreta y la escena es de una incomodidad suprema. Billy y Layla cenan con los desagradables y cínicos padres, cada uno en su retorcido mundo desprecian a su hijo a su manera. Billy está callado, no sabemos que fue a buscar allí, tolera los desprecios y subsiste a cuentagotas.
Es el momento donde los actores se lucen, no hay ni un pequeño gesto que sobre, quizás cada uno es un estereotipo de lo que representa, pero lo hace con una sensibilidad que se ajusta con precisión a la atmósfera decadente por donde se mueven los protagonistas. La película es minimalista, tiene flashbacks de un pasado cruel que da sentido a la historia, pasa por situaciones extrañas y pendulares, todo puede estallar o todo se puede apagar.
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Vicent Galo merece un comentario aparte, él es la película, y en ella su interpretación nos interpela constantemente, nada es previsible. Lo único seguro es que Vicent interpreta a un tipo torturado, exhausto de vivir contenido y frustrado. Un antihéroe asexuado que casi no tiene empatía con las mujeres y tampoco bebe alcohol, solo pide agua y tiene la idea fija de una venganza que lo redima. Su rostro expresa un dolor y angustia que emociona, construye su personaje en las acciones y en los silencios, es enorme y la película lo rodea artísticamente a la misma altura.
Hay un lugar que su pasado le dió un lugar preferencial y ese es el salón de bolos. En el Billy sonríe por primera vez. Comienza a jugar y acertar con la destreza de un profesional. Layla se suma, ya está acoplada a Billy, ni piensa en dejarlo e intenta empatizar con sus propias limitaciones.
Billy se encuentra con ese viejo jugador que falló el tiro final y lo convirtió en deudor de la mafia del juego. Es propietario de una especie de cabaret y disfruta de su decadente fama como puede. En la habitación de un hotel, Layla ha decidido quererlo se se lo hace saber, solo eso genera un tembladeral en Billy, quién deberá elegir entre venganza tan deseada e imaginada o intenta romper ese caparazón que lo ahoga y permite que Layla entre en su mundo.
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Billy camina hacia su propia muerte, pero en ese mismo camino construye una posible alternativa a su destino….
Búfalo 66 es una película independiente, no especula, se juega por exponer a personas en mayor o menor medida desgastadas. El relato es casi una letanía que incomoda, hay momentos donde el padre canta y otro donde Layla baila, que rompen lo lineal pero aportan humanidad, son condimentos de una obra que no tiene fisuras. La desesperación se impregna en el color y en los diferentes primeros planos, nadie es inmune a este fim y menos los espectadores.
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