El reino (así en la tierra como en el cielo)
El reino (así en la tierra como en el cielo)

El reino (así en la tierra como en el cielo)

Como una precuela latinoamericana de «El cuento de la criada» 

 

Nota Original en: impresionescinefilas.wordpress.com
 
Esta frase, dicha por uno de sus personajes, podría ser la terrible síntesis de esta serie. Como en una suerte de precuela de El cuento de la criada (la serie y el libro) o de la novela Sumisión, de Michel Houellebecq, estamos ante una distopía que plantea la posible llegada de un líder religioso a un gobierno latinoamericano. Un escenario donde en este caso el establishment neoliberal cierra filas con el fundamentalismo religioso; dos pesadillas hechas una.

 

 

En el acto de presentación de la fórmula presidencial de una coalición encabezada por un candidato a presidente neoliberal y un vice que es líder de la iglesia evangélica más poderosa de la Argentina, el candidato a presidente es asesinado. Este es el disparador de una serie que indaga en los móviles de este asesinato y la trama de intereses que se mueven detrás de esa coalición.

 

“El éxito es una prueba del amor que Dios siente por cada uno de nosotros”

 

Puesta en boca de un importante personaje, esta frase es una poderosa síntesis de esta ambiciosa distopía de Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro, un thriller político que pone la lente más en la pata religiosa de la coalición que en la de sus socios neoliberales y que, a modo de adelanto, diré que va de menos a más.

El reino no es una serie para impacientes; va de menos a más. Es ambiciosa y hay que darle tiempo al desarrollo de sus subtramas y de sus personajes, para entenderlos mejor a ellos, a sus vínculos y lo que representan, superando la sensación inicial negativa de estar ante una estructura fragmentaria y personajes aparentemente sin espesor psicológico que actúan como meras piezas de ajedrez de un guión, como ocurre en muchos policiales españoles. Afortunadamente, la sensación se va disipando con el correr de los capítulos.

 

Los personajes

La galería de personajes es amplia. En primer lugar, la familia que comanda la Iglesia de la Luz, conformada por el pastor Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti) y su esposa la pastora Elena (la verdadera líder de la congregación, a cargo de Mercedes Morán) y los tres hijos del matrimonio, con diferentes funciones en su estructura: Magdalena (Victoria Almeida), Pablo (Patricio Aramburu) y Ana (Vera Spinetta) a quienes se suma Oscar, el marido de la primera (Alfonso Tort). Se suman al team evangélico Julio Clamens (Chino Darín), una suerte de apoderado legal de la Iglesia y persona de confianza  de Emilio y dos encargados un hogar infanto-juvenil sostenido por la Iglesia: Tadeo (Peter Lanzani) y Remigio (Nicolás García Hume) y uno de los internos del hogar.

 

 

Por otro lado, conoceremos  a Rubén Osorio (Joaquín Furriel), un oscuro e inescrupuloso operador político, jefe de campaña y armador político de la coalición.

Finalmente (y sin agotar la lista), la pata legal de la historia cuenta con la fiscal Roberta Candia, a cargo de la investigación del asesinato (Nancy Dupláa), su ayudante Ramiro (Santiago Korovsky) y el Procurador General (Alejandro Awada).

En esta galería hay hijos e hijas rebeldes de familias ricas, políticos millonarios, religiosos corruptos, religiosos comprometidos, funcionarios probos, funcionarios corruptos y operadores inescrupulosos o principiantes.

 

 

La estructura de la trama

La estructura es fragmentaria. La línea temporal que se inicia con el asesinato se alterna con flashbacks que describen la historia de algunos personajes y la forma en que se conocieron y vincularon. Por lo tanto, el protagonismo de los personajes registra variaciones a lo largo de los capítulos y es necesario ser paciente para ir atando los cabos de una trama que al principio resulta fragmentaria, dispersa y genera muchos interrogantes. Esto origina que varios personajes resulten al principio psicológicamente planos y tarden en tomar espesor dramático (aunque no todos lo logren).

 

 

El guión y los diálogos

El guión, con su estructura de ingenioso rompecabezas, reúne ingredientes y personajes habituales en los thrillers políticos, pero la combinación de los factores políticos y religiosos le dan una especificidad original. Por otro lado, la identidad del asesino se conoce casi desde el comienzo, por lo que el enigma estará centrado en sus móviles.

En cambio, considero que el principal defecto de la serie es sus diálogos, que en muchos casos son rutinarios, sin vuelo, como muy escuchados. Refuerzan la sensación inicial de estar ante personajes sin espesor que actúan como meras piezas de ajedrez de un guion, como ocurre en muchos policiales españoles. Afortunadamente, la sensación se va disipando con el correr de los capítulos.

 

 

Los personajes hablan claramente “en porteño”, pero se evitan los localismos y las palabrotas. Algunas habrían venido bien para reforzar los diálogos.

 

Las actuaciones

En relación con lo que apunté arriba, en la primera mitad de la serie los actores y actrices hacen lo que pueden con esos diálogos y con esa estructura fragmentaria que demora el desarrollo y crecimiento de sus personajes y de empatía hacia ellos por parte del espectador.

Dicho esto, hay actuaciones más destacadas que otras. La desangelada y fría pastora Elena está llevada adelante con mucha solvencia por Mercedes Morán; hay que mirar hasta cómo se para y cómo camina, cómo se comporta en público y cómo en privado. El desempeño de Peretti es desparejo; le va mejor por el lado de lo siniestro. Las capas del villano encarnado por Furriel van siendo muy bien reveladas por el actor, en uno de los personajes con mayor crecimiento. Chino Darín es algo más que una cara bonita y Vera Spinetta debe mejorar algunos problemas de dicción. Nancy Dupláa le da un adecuado tono gris a su fiscal, procurando despojarla de heroísmo. Son de destacar Lanzani y García Hume, que se llevan muy bien con sus personajes.

Están muy bien todos los secundarios. Almeida y Tort componen un muy oportuno comic relief en una serie que carece casi completamente de humor.

 

 

La religión, la política y la ideología

El reino procura reflejar dos caras del evangelismo: por un lado, el institucional, ligado a los negocios y en parte a la ambición política como modo de ampliar el alcance de sus dogmas sobre la sociedad. No se ve un desarrollo respecto del origen de ese dinero, aunque sí de su gestión; la familia Pena es un clan y la Iglesia de la Luz constituye una verdadera empresa familiar. Sin embargo, resulta interesante destacar que, a pesar de sus negocios y ambiciones, no necesariamente está puesta en tela de juicio a la religiosidad de algunos de sus integrantes. En este sentido, la historia argentina ha tenido genocidas profundamente católicos, por ejemplo.

 

 

Por el otro lado, la serie nos muestra una religiosidad popular, un evangelismo de base y solidario, aunque vinculado y eventualmente en conflicto con el institucional, que se aventura con una veta mística. Claramente, entonces, El reino no cuestiona la religión ni la fe.

El costado político-ideológico es curiosamente el menos comentado de la serie. Tal vez porque está (por ahora) mucho menos desarrollado que el religioso, pero es muy claro que estamos ante un proyecto neoliberal, claramente expuesto en algunos discursos, en los actores y metodologías puestos en juego y hasta en el nombre del ficcional espacio político. Resta ver quiénes serían sus oponentes. Tener en claro esto creo que ayuda a corregir la impresión general inicial de un sesgo antipolítico en la serie.

 

La producción y los rubros técnicos

Son de primera. El montaje es efectivo, de tal modo que ofrece logradas escenas de suspenso y de conjunto. Lo mismo puede decirse de las locaciones y la dirección de cámaras.

 

 

El mensaje y conclusiones

La serie, en su afán internacionalista, en casi todo su transcurso evita alusiones directas a su locación; pero en algún momento resulta claro que se desarrolla en Buenos Aires, Argentina.

En el plano de lo real, seguramente el Brasil de Bolsonaro está más cerca del estado de situación planteado por la serie. Pero como en El cuento de la criada (la serie y el libro) y también en la novela Sumisión, de Michel Houellebecq, estamos ante una distopía que plantea la posible llegada de un líder religioso a un gobierno latinoamericano. Un escenario donde en este caso el establishment neoliberal cierra filas con el fundamentalismo religioso; dos pesadillas hechas una.

Una serie que nos deja el planteo de algunos  interrogantes: ¿Qué le esperaría a la Argentina si conquistara el poder una coalición semejante (una historia que, en parte, ya conocemos)? ¿Cómo sería su oponente?

Pablo Kulcar
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