“Un crimen argentino”, un policial que aplasta desde la memoria. 
“Un crimen argentino”, un policial que aplasta desde la memoria. 

“Un crimen argentino”, un policial que aplasta desde la memoria. 

Con Luis Luque, Dario Grandinetti, Matías Mayer, Nicolás Francella 

El director Lucas Combina y el productor Juan Pablo Buscarini llevan a la pantalla con producción de HBO Max, el libro de Sietecase.

La película relata los hechos reales sobre la desaparición del empresario rosarino Jorge Salomón Sauan, que tuvo lugar el 16 de diciembre de 1980 en el Club Social Sirio Argentino, donde fue a tomar unos tragos con el abogado Juan Carlos Masciaro, quien fue el responsable de su desaparición y exigió a la familia de la víctima un millón de dólares como pago del rescate.

Crítica

La película está basada en el libro homónimo del periodista Reynaldo Sietecase y narra la desaparición en el año 1980 de Gabriel Samid, un empresario por quién, en un fraudulento secuestro, piden un costoso rescate. Los fiscales Antonio (Francella) y Carlos (Meyer) a cargo del juez Suárez (Luis Luque), investigan la causa con los procedimientos que la ley les otorga, conviven con las fuerzas de seguridad que aplican otros métodos muy diferentes .

Gabriel Samid está lejos de ser el empresario modelo de la nueva argentina que la junta militar soñaba imponer. Juergas, derroches, excesos y una vida que coquetea con el delito y el crimen,  presagia un final servido en bandeja. La película está muy bien ambientada y la rodea un clima oscuro que permite asociarla con viejas historias policiales. 

Luis Luque tiene la enorme responsabilidad de intentar que la ley subsista en un mundo donde el poder militar se impone a sangre y fuego.  El actor es en actitudes, miradas y guiños la síntesis de un intento de legalidad frente a un monstruo que la devora. El juez dirige a dos auxiliares que a su manera intentan lo mismo, uno con la esperanza de irse del país y el otro, con la convicción de poder cambiarla. Francella no despliega grandes recursos, pero está en tono, casi que le sobrevive un asombro neutral y expectante, que no termina de definirlo. 

Su compañero, por lo contrario, intenta imponerse como representante de la ley a un agente de los servicios, Alberto Ajaka. Este lidera a los policías y servicios, engominado, con campera de cuero, sediento de sangre y ya curtido en su narcótico placer de producir dolor, solo espera su momento. El trabajo de Meyer no tiene agujeros ni desperdicios, se tensa casi desde el comienzo y asume algo del coraje irresponsable que el resto maneja con mayor diplomacia.

Los dos bandos se chocan sin producir una pelea frontal, la escena en un auto donde el juez conversa con el teniente coronel encargado del operativo, recrea los difusos límites que esos tiempos marcaban. Quien tenía la decisión final, quien decidía qué se hacía y cuándo? Una negociación que los dos actores recrean en un diálogo plagado de ironías y en el que cada uno  intenta marcar su territorio.

La historia recrea el intento del juez Suarez y sus auxiliares por mantener algo de legalidad en los procedimientos. La situación está siempre cercada por el grupo de inteligencia que acecha con poca paciencia. La vida es un entramado de conspiraciones donde se espían unos a otros. Así se suceden los seguimientos a los auxiliares, las llamadas de militares al juez y la aparición de un personaje que le dará a la trama el sentido y el punto de cocción exacto para disfrutarla. 

Aparece en escena el abogado Márquez, que interpreta Grandinetti, testigo de la causa y con un ambiguo comportamiento. A él tratarán de convencerlo de que cuente lo que sabe de Samid. El abogado cuenta la historia de un auto secuestro en donde él solo debía recoger el millón de dólares de rescate y obtener para sí, una tajada sustanciosa. Grandinetti hace todo bien, las pausas para generar algún suspenso, su voz intentando respaldar su inocencia, y por último una escena con cierto homenaje al personaje de Marlon Brando en Apocalypse Now, desde una celda tan lúgubre como las verdaderas, en la que con solo una mueca muestra todo su cinismo.

Cada encuadre está cuidado, los autos son de época y brillan con una limpieza que nos asombra.Los personajes están por momentos desalineados, transpirados y luchando con ellos mismos en un mundo que pareciera insinuar un futuro distinto que todavía llega.

Un relato anclado en la etapa  más oscura de la historia argentina, con una reconstrucción de época que acompaña a la perfección. Es en síntesis, una patriada corajuda de un juez y dos fiscales intentando que un abogado corrupto les diga que sabe del tal Samid, antes que la tropa de la picana lo logre a su manera. Finalmente Marquez es torturado y allí la secuencia adquiere el helado frío de una daga que se mueve de una lado a otro antes de lastimar a su victima.

El film es un producto noble y efectivo. Narra un crimen  con el suspenso y la intriga que el género requiere y para eso lo sube al talento de excelentes actores. La trama tiene un justo desenlace, todos hacen lo que deben y la historia real de nuestro país, los acomoda a cada uno en su verdadero lugar con reconocimientos y castigos.Un Crimen Argentino es cine, historia y talento por donde se lo mire.Esta bien filmada, bien actuada y bien escrita. Cnstruye una historia que siempre camina hacia adelante.La rodea de un contexto histórico macabro que acentúa su oscuridad. Termina con datos reales sobre el resultado de aquellos hechos. La dirección de cámara trabaja las escenas construyendo climas que casi de forma pegajosa logran transmitir esa asfixia social de un pasado al que nos cuesta volver.

UN CRIMEN ARGENTINO, la novela de Reynaldo Sietecase

No todo se transforma. Hay cosas que desaparecen sin dejar rastros. Cuerpos que se borran para siempre.» ¿Se puede disolver un cuerpo? ¿Es posible reducir un ser humano a la nada? Utilizado en cantidades adecuadas, el ácido sulfúrico logra ese efecto. Cuando el proceso llega a su fin, sólo queda un líquido negruzco, turbio, con una capa superficial que tiene aspecto de costra de carbón. El abogado Mariano Márquez decide ejecutar su versión del crimen perfecto. Organiza el secuestro extorsivo de un importante empresario y, para alcanzar la impunidad, imita el terror impuesto por el régimen militar:  sin cuerpo no hay delito

Pablo Kulcar
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