«Possession», una mente sin fronteras
«Possession», una mente sin fronteras

«Possession», una mente sin fronteras


.

«La posesión» (Possession, 1981) fue una de las películas más indescifrables de la cinematografía europea de los años 80. El polaco Andrzej Zulawski dirigió este inquietante enigma ambientado en el Berlín occidental. Parte de su prestigio y actualidad se debe a la potentísima actuación de Isabelle Adjani, que le valió el premio a la mejor actriz en Cannes y el César en 1981.

ELENCO

Isabelle Adjani, Sam Neill, Margit Carstensen, Johanna Hofer.
    
FICHA TÉCNICA

Dirección: Andrzej Zulawski
Guion: Andrzej Zulawski, Frederic Tuten
Música: Andrzej Korzynski
Fotografía: Bruno Nuytten

DATOS TÉCNICOS

Título original: Possession
Año: 1981
Duración: 127 min.
País: Francia

La película desde mi butaca

.

.

La película básicamente expone una mezcla de sentimientos y estados mentales mezclados con diálogos que apenas dan pistas de la oscuridad en la que subsiste la salud mental de los protagonistas. El film está estructurado como una tragedia que se retroalimenta a cada paso, y su naturaleza es un torbellino que se anima a incursionar por el terror y lo fantástico dejando por momento al Thriller psicológico, solo como un mapa por donde la historia construye caminos paralelos al relato original, pasando por el drama conyugal, el existencialismo y la denuncia política.

La tragedia es esencialmente una ruptura. Una pareja luego de la ausencia del esposo, por actividades políticas especiales, se reencuentra. Su vínculo está roto, quien regresa no acepta las nuevas condiciones. Su compañera tiene un amante y se muestra evasiva y sumamente inestable. Todo parece indicar que este no será el eje de sus conflictos. Hay un hijo al que comienzan a disputarse, pero las consecuencias de la separación generan entre ambos la combustión de una explosión que no se hará esperar.

.

.

Las escenas rápidamente nos sitúan en los desarreglos personales que ambos comienzan a expresar. El drama es existencial, los componentes que lo construyen son difusos, aunque la falta de amor y las nuevas búsquedas de la mujer, destruyen la contenida cordura emocional del esposo. Este ubica al dichoso amante y detona en una histeria colectiva que abarca a todos los aspectos y actores de la trama. Surgen así mayores conflictos, como el espionaje por parte de detectives y sobre todo, un mundo de ciencia ficción donde un pulpo gigante habita en un depto al que la protagonista visita.  

Es aquí donde podemos entender que todo lo que sucede tiene una segunda mirada, una metáfora de la separación política de las dos alemanias, de la angustia y soledad devenida de la posguerra europea, de las inevitables secuelas del dolor en la separación de los vínculos o más lejos todavía, en una onírica y fantástica representación del mal como un pulpo y la presencia del demonio como único eslabón entre estos mundos. 

El núcleo central es la desintegración emocional de personajes que están al borde del abismo desde un comienzo. Los laberintos por donde puede incurrir la mente cuando su sustento es la angustia y la desesperación, se hacen en este film presentes en escenas construidas artesanalmente. Todo se desmorona, pero hay un pequeño resquicio de vida, quizás ambigua, que el director se ocupa en dejar. No sabemos si hay sobrevivientes al caos violento que las interacciones imponen, pero un final desesperanzador deja lugar a una posible resurrección, si estamos dispuesto a imaginarla.

.

.

La película tiene una dirección que soporta la historia y la acomoda constantemente. La violencia se impone a todos y la cámara se mueve tomando ángulos que proyectan más allá de los rostros, un estado de conciencia alterado. Este es el gran mérito, las palabras y los diálogos actúan de soporte, pero lo que aquí sucede está en los cuerpos y las expresiones desfiguradas de cada situación. Todo contrasta con cierta claridad y luminosidad que tienen los primeros encuentros, como si se quisiera exponer bien claramente un “oscuridad emocional” desde la transparencia visual.

Es justo reconocer que la película es Isabelle Adjani, su belleza actúa de carnada y nos es imposible no seguirla y esperarla. Ella construye desde un rostro que ilumina y atrapa, las máscaras más diversas y más representativas del desquicio y la histeria. Su trabajo físico alcanza una altura de la que jamás decae. Se expone en cada grito al dolor mas intenso. Su enojo y frustración es tangible y nos hace entender y empatizar con su indescifrable mundo interno. La actriz es todo un músculo que se retuerce en la escena del subte, sus ojo mantienen la frialdad que el director le pide, pero su cabeza comienza a dar giros macabros y construye algo que todavía no podemos definir. Es un trabajo que la compromete y la expone, su temple se irrita y a veces decae, tal como la historia le exige. La locura y sobre todo la desesperación, es y será para los que vimos Possession, Isabelle Adjani.

.

.

Sam Neil es un hombre que se transforma en un apéndice de la ira de su esposa, esta sorprendido y no encuentra ninguna manera de mantener la cordura, todo lo que sucede lo sobrepasa, es un hombre físicamente tenso e incapaz de movilizarse con naturalidad. Su ira esta alimentada por las ideas y rencores que se acumunlan y generan por la incertidumbre de lo que pasa. Intuye que hay algo que se esta agigantando y su única capacidad para vivirlo es el enojo. Neil esta al altura de su compañera, pero no deja de ser solo un complemento a la magia que allí se construye. El terror se adueña del relato y todo se sintoniza en esa secuencia. Los ojos y las miradas nos marcan el pulso de esta enorme película multiforme, que indaga en lo mas profundo de la capacidad humana en perderse dentro de sus propios laberintos mentales.

.

Pablo Kulcar
Últimas entradas de Pablo Kulcar (ver todo)
Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *