Jerónimo Podestá, El hombre dentro del cura.
Jerónimo Podestá, El hombre dentro del cura.

Jerónimo Podestá, El hombre dentro del cura.

Sacerdote católico, obispo de Avellaneda, impulsor del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y de la experiencia de los curas obreros. Suspendido por el Vaticano por haberse casado, fundó la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados.

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Mi encuentro personal

Hace casi exactamente 27 años, me contacté con Clelia, ex secretaria del ex obispo Jerónimo Podestá, para tener una charla sobre su libro, en el que relata todo el derrotero de lucha y resistencia que generó su relación con el entonces sacerdote. Conocía su historia por mi origen en Avellaneda, donde se habló siempre de su defensa por los primeros desaparecidos en el gobierno del dictador, en ejercicio de la presidencia, General Lanusse. Jerónimo era un obispo importante de la iglesia católica y entre sus muchas actitudes revolucionarias, una fue determinante: enamorarse de Clelia y darlo a conocer.

Clelia me recibió muy amable y me llevó a una especie de jardín que había en el fondo de la casona. Me convidó con un café con leche y algunas facturas. Hablar con ella fue delicioso, su mirada hizo constantemente referencias a su esposo, pero se reconocía como una parte importante del proceso. Tuve que sugerirle que me gustaría conocer a Jerónimo, a lo que me contestó que este era un poco reacio a dar notas, les explique que solo quería verlo y saludarlo. Se fue para las hacer gestiones correspondientes y al rato volvió: Veni pasa, está en el escritorio.

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Jerónimo era enorme y estaba sentado leyendo unos papeles, se dio vuelta solo cuando estuve detrás de su silla y ante el aviso de Clelia.Se paró, me dio la mano y sentí que ese apretón adquirió para mí el estatus de evento histórico. Jerónimo estaba vestido con su sotana negra y esto le daba una presencia imponente. Me invitó a que me siente y charlamos sobre temas mayormente teológicos. Me despidió con palabras que, más o menos, dijeron algo así: De todas las cosas que la ciencia explica y descubre sobre lo que trasciende al hombre, siempre hay un punto donde ya no encuentra respuestas, allí yo pongo a Dios. Me sugirió, pícaramente, que si algún día tenía alguna respuesta que llene ese vacío, se la acerque y la debatimos. Me fui sumamente conmovido por el tiempo y las palabras que me regaló en esa charla inolvidable .

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Jerónimo Podestá

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Jerónimo Podestá fue el tercero de nueve hijos de la pareja constituida por el médico Antonio Podestá y su esposa Clara Wilmart, una familia tradicional de la alta burguesía argentina. Durante los años en que cursó sus estudios secundarios, fue uno de los fundadores del Centro de Jóvenes de la Acción Católica de Ramos Mejía. Abandonó en el tercer año la carrera de Medicina para interesar en 1940 al Seminario de la Plata, donde fue ordenado en 1946 sacerdote católico. Por su origen social, su camino eclesiástico nacía prometedor y con un previsible desempeño en el respeto a la obediencia y al orden social, naturalmente adverso a las izquierdas y al peronismo, que en esos años gobernaba el país con una fuerte base popular. 

Finalizada la Segunda guerra mundial, Podestá fue enviado a Europa donde se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad de Comillas (España) y en Teología Dogmática en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En 1950, cuando regresó a la Argentina, ya se manifestaban los conflictos entre el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955) y la Iglesia Católica.

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Desde su regreso al país y hasta 1962, Podestá se desempeñó como profesor de Teología en el Seminario de La Plata (capital de la Provincia de Buenos Aires). A partir de 1960 fue designado Canciller y luego, Vicario General de la Arquidiócesis de La Plata hasta 1963, año en que, a los 42 años, fue nombrado obispo y puesto al frente de la diócesis de Avellaneda, una populosa zona obrera e industrial del conurbano bonaerense.

Su contacto con las barriadas obreras de Berisso, Quilmes y Avellaneda, y el encuentro con Clelia Luro (1926-2013), una mujer que hacía trabajo social en el norte del país, divorciada y con seis hijas, cambiaron el sentido de su vida. El barro de las calles del sur le puso en los ojos cuánta distancia había entre la jerarquía católica y los pobres, aquellos a los que Cristo anunció la salvación. Con Clelia asumió el compromiso de un amor real, incomprensible e inoportuno ante los ojos de sus pares y de la sociedad. En medio de las luchas políticas y las fricciones que latían en el interior de la Iglesia en los años sesenta y setenta, Podestá se transformó en protagonista de las acciones más progresistas de la vida pública y también privada.

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Las lectura de Dom Hélder Câmara, obispo brasileño de Olinda y Recife, mientras participaba en las primeras reuniones del Concilio Vaticano II que tuvieron lugar en Roma (1962-1965) fueron una verdadera bisagra. Los vientos renovadores del Concilio fructificaron al otro lado del Atlántico en la IIa Conferencia General de los Obispos latinoamericanos reunida en Medellín (1968). A diferencia de su antecedente, la primera Conferencia de Río de Janeiro (1955), los asuntos y modalidades de discusión no quedaron a cargo de Roma sino de los propios obispos latinoamericanos. 

El modelo de cristiandad había entrado en crisis y los Encuentros latinoamericanos fueron espacios de reflexión sobre la necesidad de una Iglesia renovada, inserta en la historia latinoamericana y de opción por los pobres. Con ese espíritu innovador, ya como obispo de Avellaneda, Podestá viajó a Francia para vincularse con los llamados “curas en fábrica”, experiencia que se había iniciado allí en 1943 cuando los sacerdotes franceses propiciaron un acercamiento a los obreros, y el Cardenal Emmanuel Suhard, obispo de París, funda la Misión de Francia. 

Esto dio comienzo al movimiento de los “curas en fábrica” o “curas obreros”, críticamente denominados “curas rojos”, un centenar de curas que se ocuparon en las fábricas de Nimes, Lille, Marsella y París. Aunque pronto fueron severamente cuestionados porque “se hacían comunistas y se casaban”; su experiencia trascendió en la geografía y en el tiempo.

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Revista Siete Días

Podestá decidió convocarlos para que se instalaran en su diócesis de Avellaneda y dar impulso así a la presencia de los curas obreros en la Argentina, pioneros en el continente. El sacerdote Fernando Portillo ya había tomado contacto, por su parte, con los curas de la Misión de Francia y había obtenido autorización para iniciar la experiencia en Avellaneda con el antecesor de Podestá, Mons.El grupo decidió instalarse en un conventillo en la Avenida Montes de Oca 364, de la localidad bonaerense de Avellaneda y vivir de sus trabajos como obreros. 

Fernando Portillo se empleó en el frigorífico La Blanca, tiempo después en la fábrica de neumáticos Pirelli. Podestá visitaba el conventillo por las noches, celebraba misa y todos hacían revisión de sus vidas, incluido el obispo. Posteriormente se sumó Eliseo Morales, quien fue a vivir a la localidad bonaerense de Wilde por indicación de Podestá con otros tres curas llegados de Francia, para emplearse y ganar el pan como obreros asalariados.

Estos años fueron de una gran convulsión política, social, sindical y religiosa en la Argentina. Una encrucijada que decidió a muchos sacerdotes a comprometerse políticamente, algunos vinculados a los movimientos guerrilleros que comenzaban a madurar. El debate sobre la legitimidad de la lucha armada para transformar un presente injusto impuesto por dictaduras militares, se fue instalando paulatinamente al interior de la Iglesia.

Consultado sobre la violencia, Podestá reconoció que “por su formación como sacerdote, no la podía aceptar. A los documentos que habían sacado los obispos diciendo que la violencia es antievangélica, los curas del Tercer Mundo contestaron que la violencia ésa de los revolucionarios es provocada por la violencia de los de arriba. Yo nunca llegué a una conclusión clara. No pude”, declaró.

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Para impulsar los cambios, Podestá promueve los encuentros fundacionales de lo que luego sería el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), al auspiciar en el Hogar Stanford de Quilmes la reunión del  llamado “pequeño concilio de Quilmes”, un grupo de unos 80 sacerdotes que propuso debatir la actualidad de la Iglesia y del mundo, juntar firmas en apoyo del “Mensaje de los 18 obispos para el Tercer Mundo” (1967) y asumir como propio el documento que por iniciativa de Dom Hélder Câmara habían suscripto obispos de América, Asia y África. 

El MSTM llegó a contar en Argentina con 524 adherentes. Los debates frente a las urgencias políticas del país no dieron lugar en el Movimiento a la discusión por el celibato optativo, como una de las propuestas para la renovación interna de la estructura eclesiástica que Podestá y otros proponían, lo que generó un desacuerdo interno. 

La sensibilidad social que le inculcó su madre, no peronista, y el encuentro con el mundo obrero muy crítico por la complicidad de la Iglesia Argentina con el derrocamiento de Perón, reconciliaron a Podestá con el peronismo, claramente mayoritario entre los fieles de su diócesis. Cuando el Papa Paulo VI promulgó en 1967 la Encíclica “Populorum Progressio” (“El desarrollo de los pueblos”), un documento que proponía “grandes transformaciones sociales, sobre la justicia, la violencia, la superación de los colonialismos internos y externos, la distribución de las riquezas”, Podestá se convirtió en su fervoroso predicador. 

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Se sorprendía cuando, pese a las estrictas prohibiciones de la época, sus manifestaciones públicas terminaban con el auditorio de pie entonando la marcha peronista. Estas presentaciones lo expusieron en las primeras planas y las reacciones en su contra no tardaron. Así ocurrió cuando hubo que suspender un encuentro masivo para disertar sobre de la Encíclica en el Teatro Roma, de la localidad bonaerense Avellaneda, por una amenaza de bomba. También cuando se levantó un acto que prometía ser tan multitudinario como desafiante para la dictadura del general Juan Carlos Onganía (presidente de facto de la llamada “Revolución Argentina”, 1966-1973) en el estadio Luna Park, donde Podestá sería el único orador.

Las publicaciones, los actos y las expresiones públicas de Podestá lo enfrentaron con el gobierno militar. Jerónimo refería como un primer encontronazo con el presidente de facto Onganía una nota suya aparecida en el diario La Opinión condenando la prohibición de celebrar el Día del Trabajo, decretada por el gobierno militar. En esa nota Podestá expresaba que le satisfacía pensar que, por esa actitud, su abuelo materno Raimundo Wilmart, un noble de origen belga enviado por Karl Marx a difundir las ideas socialistas en América, que era anticlerical, estaría orgulloso de su nieto obispo. La tensión con el gobierno militar se agudizó al tal punto que Onganía terminó señalándole como “el principal enemigo de la Revolución Argentina”, de su dictadura.

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En ese tiempo había irrumpido en su vida afectiva Clelia, la secretaria, separada y con seis hijas. Jerónimo se enamora y decide no ocultar la relación con ella, como le sugirieron otros clérigos. La hace pública y enfrenta la condena moral de sus pares del episcopado, de la alta sociedad y hasta de su propia familia que padeció el escándalo del “obispo enamorado” como una mella al propio honor familiar. Para él la revolución no sólo concernía a las estructura políticas, el amor a una mujer fue una señal, otro llamado a la revolución hacia adentro de la Iglesia.

Acosado por las presiones políticas y eclesiales, Podestá debió renunciar al obispado de Avellaneda en diciembre de 1967. Los servicios de inteligencia de Onganía lo habían seguido y reunieron pruebas de la relación amorosa del obispo con su secretaria. Convocado por Paulo VI, Jerónimo decidió presentarse en Roma junto a Clelia, comprendiendo que ella era la razón de la convocatoria y así se lo hizo saber al Papa. Fue removido como obispo de Avellaneda y designado obispo en Orrea de Anímico, una diócesis africana desaparecida y más tarde, en 1971, suspendido ad divinis.

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Promotor de una Iglesia más democrática, comprometida con la libertad y las luchas obreras, Podestá fue pródigo en afirmaciones audaces. No lo acalló ni la soledad a que lo sometió la mayoría de los obispos argentinos, ni la suspensión que le aplicó el Papa, ni las amenazas de los dictadores militares, ni las de la organización parapolicial AAA (Alianza Anticomunista Argentina) responsable de miles de asesinatos y atentados contra militantes populares (por la que debió abandonar la Argentina en 1974), ni los años de exilio en Perú que le impuso el gobierno genocida de Jorge Rafael Videla.

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Monseñor Podestá estuvo al lado de los perseguidos y muertos en las luchas populares. Acompañó el cortejo del sindicalista Rosendo García, caído en 1966 en un confuso episodio denunciado por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?; le dio una carta de recomendación al padre Carlos Mugica cuando éste fue a Bolivia a reclamar por el cuerpo del Che Guevara; estuvo en el velatorio de los fusilados en Trelew (el 22 de agosto de 1972) que se realizó en la sede central del Partido Justicialista de la Capital; ingresó a la Cárcel de Villa Devoto (de la Ciudad de Buenos Aires) la noche del 25 de mayo de 1973 cuando, recuperada la democracia con la asunción del presidente Héctor J. Cámpora, una multitud marchó al penal para liberar a los guerrilleros y presos políticos de la dictadura; se hizo presente en velatorios e inhumaciones de tantos militantes asesinados por militares, policías o bandas armadas de ultraderecha.

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En 1969, proclamó en uno de sus libros, La revolución del hombre nuevo: “La Iglesia misma se halla inmersa en la situación de pecado. Esta no es privativa de la sociedad humana, sino que afecta también a la estructura misma de la Iglesia. Cuando la Iglesia denuncia al mundo, se denuncia a sí misma. Porque no sólo falta diálogo, justicia, solidaridad y amor entre los hombres sino que también hay injusticia y opresión en las propias estructuras de la Iglesia. Si hacen falta en el mundo profundos cambios de estructuras e innovaciones audaces, profundamente renovadoras, en primer lugar hacen falta en las propias estructuras de la iglesia porque también ella debe favorecer la plena liberación”.

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Después de varios años de exilio en Roma, París, México y Lima, regresó con Clelia a la Argentina. En 1982, durante la Guerra de Malvinas, donó el cáliz de su primera misa al Fondo Patriótico Nacional. Al año siguiente, rechazó una oferta de Oscar Alende para acompañarlo como candidato a vicepresidente en las elecciones nacionales de 1983.

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Podestá imaginó una Iglesia comprometida con el mundo, la justicia y los pobres, horizontal, ecuménica, fraternal, que terminará con la visión negativa del sexo y el celibato obligatorio, que integre a la mujer y que considere “que la norma definitiva y primera del obrar es la propia conciencia.» Falleció en Buenos Aires el 23 de junio de 2000 y sus restos fueron velados en el Salón de los Pasos Perdidos de la Legislatura de la Ciudad. ​Clelia Luro de Podestá falleció en Buenos Aires el 4 de noviembre de 2013.

Fuente: Diccionario Biográfico de las Izquierdas Latinoamericanas

Pablo Kulcar
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