«Familia Adicta”, lo que la sociedad esconde bajo la alfombra
«Familia Adicta”, lo que la sociedad esconde bajo la alfombra

«Familia Adicta”, lo que la sociedad esconde bajo la alfombra

Recomendacion «Familia Adicta», por Mauro y Ariel Federico

El periodista Mauro Federico había decidido aceptar la invitación de una importante editorial para escribir lo que finalmente se llamó País Narco, uno de sus primeras investigaciones centradas en el mundo de narcotráfico. Casi al mismo tiempo, como sintonía de un destino anunciado, su primer hijo Ariel de 11 años comenzaba su largo amorío con aquello que los relatos de su padre describían como un veneno diluyéndose una sociedad cada vez más vulnerable. Mauro continuo con mas investigaciones y libros, y asi surgieron «Mi Sangre”; «Historia de la droga en Argentina» e «Historia del contrabando en la Argentina», y al lado de cada página, Ariel sumaba su historia de vulnerabilidad como un apéndice a tener en cuenta.
Padre e hijo compartieron una pasión desde polos opuestos, hasta que las distancias y los silencios dieron paso a hechos que inevitablemente tuvieron que enfrentar. Esta es la historia del desencuentro y del encuentro. De cómo transformar el dolor en sanación. La historia de padre e hijo se intercala, tramo sobre tramo, en un libro compartido y consensuado. «Familia adicta “es la historia de otra familia atrapada en un infierno que los envolvió durante años.

«Este libro se propone cachetearnos donde más nos duele, sin piedad, partiendo de la premisa de que la mayor parte de ese enorme y heterogéneo colectivo de individuos que integramos los padres, no tenemos la más pálida idea de cómo tratar con un adicto. Y mucho menos si ese adicto es nuestro hijo»

¿La historia de ustedes es la historia detrás de los hechos, algo que la sociedad pareciera querer pasar por arriba?

Lo que se ofrece a la sociedad cuando se habla de adicciones es la imagen del pibe que fuma marihuana, toma cocaína y delinque. A punto tal que cuando repasás ves que el primer contacto que tiene un chico con problemas de adicción con el estado no es ni un hospital ni una sala de primeros auxilios ni un tratamiento sino la policía. Y el primer contacto que Ariel tiene con el Estado es cuando un policía lo agarró con un porro, en donde los boludos se juntaban debajo de un domo. Llegó un patrullero, los verdugueó, los metió en cana y lo fui a sacar de la comisaría. Me planté muy duro, me puse del lado de mi pibe como era claro en ese momento que debía estar pero detrás de esa mirada policial emergía un problema que yo no estaba mirando. Y que la policía tampoco miraba porque lo único que le interesaba era una estadística de detenidos por consumo de estupefacientes.

¿Este tema tiene de una relevancia social que inevitablemente nos involucra a todos?

Sí y ver dónde está el origen de un problema que trasciende la individualidad, el drama personal o familiar y que tiene mucho que ver con la falta de oportunidades que tienen los chicos. El principal problema de un adicto, más allá de su patología y del abordaje clínico, es que ve que no tiene futuro. Que no sabe qué quiere hacer porque las opciones que tiene se le han cerrado. Y lo primero que en un tratamiento como el que hicimos con Ariel le plantearon, después de limpiarse, después de empezar a mirar la vida desde otro lugar, fue la necesidad de tener un proyecto de vida. Y cómo construir un proyecto en un país que te cierra toda posibilidad

¿La primera parte suele ser la negación del padre o madre, por miedo, por sorpresa o quizás porque intuye y ve, que no está a la altura de su conflicto?

Yo venía de investigaciones sobre el narcotráfico. Y muchas veces estamos muy metidos en realidades que vamos a narrar y tal vez el pecado es no transformarnos a nosotros mismos en parte de esas historias. Me tocó contar muchas historias dramáticas de chicos con adicciones. Yo sabía lo que era un pibe con problemas para manejarse con el consumo, los conocía y, sin embargo, cuando tuve que mirar para adentro, la primera reacción fue «no, esto no pasa. Esto no es así». En el manual del adicto, lo primero que hacen es aprender a mentir y a ocultar. Para mí era tranquilizador escucharlo a Ariel decir: «no, papá, está todo bien». Mi hermano, que jugó un papel muy importante y quedó reflejado en el libro, más allá del amor que siente y va a sentir por su sobrino, se permitió ver cosas que yo no veía y que, en todo caso, si las veía, las resinificaba de otro modo. Mi hermano planteaba algo muy concreto y cuando me advirtió, en vez de confiar en su palabra, intenté buscar la corroboración o la desmentida con Ariel. Y qué me iba a decir Ariel si él en ese momento no veía el problema. «No papá, el tío te está mintiendo».

Vos venías de investigar largamente temas de narcotráfico. ¿Qué lectura tenías de cómo periodista y que se te modificó al vivirlo como padre?

Lo primero que uno piensa es que la carne de cañón de los mercaderes de la muerte son los pibes de las clases humildes. Los pibes chorros. Los pibes transas. Ese es el primer prejuicio. Entonces es pensar «mi hijo no puede formar parte de ese universo». Además, Ariel es un encantador de serpientes. Tiene un discurso muy bien armado. Y yo, seducido por todo eso y con mi propia construcción de prejuicios decía, «esto es imposible. Error». Y probablemente esa construcción cultural que tienen nuestros hijos les da un hándicap que los otros pibes no tienen para disfrazar mucho más fácilmente el problema que tienen. El pibe que vive en una villa y no tiene ninguna manera de zafar a esa mierda, queda mucho más en evidencia ante la sociedad y ante la familia de su incapacidad para controlar el consumo de drogas que el pibe que tiene otra preparación. Están más preparados para entender cómo tienen que jugar para seguir pareciendo el buen pibe, la buena piba de familia. El problema es cuando se les va de las manos. El consumo empieza a ser problemático en el momento en que pierden el control y esa coraza o máscara que se arman se empieza a resquebrajar.

¿Cuáles fueron los primeros síntomas que te daban certeza que algo más se estaba gestando dentro de Ariel, más allá de su rebeldía adolescente?

Pensá que Ariel tenía 15 años y las primeras manifestaciones surgen en la escolarización. Empieza a hacer agua con los mínimos deberes que tiene que cumplir un pibe a esa edad de una familia como la nuestra. «No hace falta que labures, yo te banco para que estudies». Pero hace agua. Después se traslada a su imagen personal. Ariel nunca fue un pituco pero te empezabas a dar cuenta de que ni su higiene personal ni la de su habitación respondían a ciertas pautas. Era encontrar comida de dos días debajo de la cama. Y se empieza a mostrar como vulnerable. Y ahí es donde me valgo de los contactos de la profesión para indagar un poco más. Y me di cuenta de que estaba metido en un tremendo quilombo.

“Ariel se había llegado a transformar en una suerte de trafi-adicto. Los pibes que para conseguir falopa trasladan para ellos paquetes de un lado a otro”.

Y cuando le muestro a Ariel lo que había investigado, se asusta y se quiebra. Y me dice: «ayudame». Un gran amigo periodista me dio una tarjeta con el nombre de Alejandro, que es con quien llegamos al primer tratamiento en un lugar ambulatorio muy intensivo. Cuyo principal requisito era que se podía hacer, siempre que Ariel tuviera garantizado en su círculo cercano gente que lo pudiera acompañar. Que implicaba no dejarlo nunca solo, participar de todas las reuniones que convocara ese ámbito terapéutico para quienes lo rodeábamos. Era mi carrera o mi pibe. Y no lo dudé. Era postergar las cosas que tal vez debí haber postergado antes. Yo ya no podía decir «no pasa nada».

Las primeras etapas suelen ser complejas en las recuperaciones, mienten para zafar, se siguen escondiendo y casi siempre y por un tiempo, lo siguen negando, Ariel cumplió todos estos pasos?

Durante el primer tramo, Ariel asumió la responsabilidad de ser un adicto en tratamiento pero en cuanto le agarró la mecánica, se transformó en un paciente crónico que se aprovechaba de esa cronicidad para violar todas las reglas sin que nadie se diera cuenta. Llegó a tomar merca en el baño inclusive en ese centro. Ahí conocí hijos que venían con sus padres, hermanos, esposas que llegaban con sus maridos y viceversa. Es decir, conscientes de que la única forma de recuperación era que la gente del entorno afectivo amoroso pueda contenerlo y ayudarlo a salir de esa situación. Solo nunca podés. Es verso eso de que la terapia individual te va a salvar. Porque el primer problema de un adicto es que no habla. Si no hay palabra, un tratamiento psicoterapéutico individual no puede resolver o si la palabra es de cartón, si el adicto miente, el terapeuta no puede actuar porque no tiene el principal insumo que es la narración de lo que le ocurre a su paciente. Estos dispositivos rodean al adicto. Y él puede decir una cosa en su grupo pero es confrontado con lo que contó su entorno afectivo en los otros espacios. Espacios que, por otro lado, significan –cuando recién llegás- verte cara a cara con el padre de un adicto que ya tiene seis meses o un año de tratamiento y si tenés capacidad de abrir la mente, podés ver que hay un agujero por donde se filtra la luz.

¿»Familia adicta»es un título o un diagnóstico?

Cuando escribimos el libro y pensamos en el título, tratamos de buscar un contraste muy fuerte entre lo que es la imagen cándida y tierna de un padre con su hijo cuando era bebé, como la foto de la tapa y la crudeza de lo que tenés que asumir si algún día te proponés en serio hablar de esta temática. Y es que no hay una persona adicta sino un entorno que lo hace propenso a eso. Y cuando digo eso, no me refiero necesariamente a un entorno de personas que consumen drogas. Porque la adicción, contrariamente a lo que muchos creen, no necesariamente tiene que ver con el consumo de drogas.

“Podés ser adicto y no haber probado en tu vida un cigarrillo de marihuana o una línea de cocaína. El consumo de sustancias es parte de una adicción pero no necesariamente tiene que estar presente”.

La adicción muchas veces te rodea cuando estás tan metido en tu mundo que no ves lo que pasa en tu propia familia. Y se genera todo un entorno que, en muchos casos, colabora para que una personalidad adictiva como la de mi hijo, como la de tantos chicos, termine encontrando en la droga, en esa necesidad de desconectarse de la realidad, un camino de supuesta salida. Porque el hipersensible es la persona que no puede enfrentar las frustraciones cotidianas. Y eso fue lo que nos llevó a pensar en poner al adicto en un contexto necesario e imprescindible. Y en el caso de un pibe como Ariel el contexto para que se desarrolle la adicción era la familia. Porque hay infinidad de pibes que se fuman un porro y no necesariamente tienen un problema. Pero si está la base de todo esto, sumado a la predisposición de una personalidad adictiva, es muy probable que ese palito sea el inicio de una trampa en la que terminen cayendo

Ver al narcotráfico como periodista debe ser una tarea profesional, pero reflejado en tu familia debe ser otra? Cambio algo tu mirada de los medios y como se acercan al tema?

Siempre supuse que nosotros teníamos como comunicadores algo que hacer respecto de lo que pasa en nuestro país y en el mundo con este tema. Y en algunos casos pude confirmar que las supuestas instituciones que luchan contra el narcotráfico no son tales. Y, en todo caso, son parte de la gran escenografía que montan para justificar los millonarios presupuestos que destinan a un combate que nunca sirve para lo que dicen que sirve. Entonces lo primero que a mí me pasó con esto es que yo viví en carne propia lo que es la connivencia policial con el narcotráfico. Una cosa es contarla y otra es vivirla. Mi hijo, uno de los lugares donde se la pegó, es un boliche que hoy sigue abierto en Avellaneda.

“Y yo iba a gritarle al comisario de la 1° o al intendente: «che, maestro, están vendiendo falopa acá. Mi hijo se la pegó ahí adentro». Y era decirte «bueno, déjeme ver, déjeme ver…» y te dabas cuenta de que no hacían nada y después me tiroteaban la puerta de casa, por ejemplo. O le hacían lo mismo a los vecinos de a la vuelta de esta gente que se la pasaba denunciando lo mismo”.

Que les tajeaban las cubiertas de los autos. Entonces vos decís: no es mentira que denunciar a los tipos que venden falopa ante la policía termina siendo un boomerang porque la policía trabaja con ellos. Y todo esto hace unos meses estalló con la departamental Avellaneda-Lanús, de la connivencia entre narcos y policías que estaban en la rosca. Lo primero que me pasó entonces con esta experiencia es que confirmé en carne propia que el poder policial y político es connivente con los narcos en detrimento de una sociedad a la que dicen que van a proteger. Y después, que no está mal mirar el contexto.

El Estado y el tema

Parafraseando nuevamente a Fito Páez, ¿el sistema de salud está a la altura del conflicto?

Lamentablemente el sistema de salud en relación a los adictos es altamente deficitario. La salud es una de las aristas de este tema. No es la única. Porque además hay toda una cuestión social. Pero si específicamente abordamos cómo se plantea el tema de las adicciones en el sistema de salud, no hay una adecuada prevención. Una vez que el problema ya está, si no tenés cobertura, los tratamientos son inaccesibles. Por otro lado, la Sedronar es un sello. En algún momento se la desmanteló porque se pensó que había un nido de corrupción con el tema de los precursores químicos y se le sacó toda la parte de lucha contra el narcotráfico. Y ¿quién lo agarró? Seguridad. Se le dio a Patricia Bullrich para que hiciera lo que hizo: transformar el problema de la droga en la persecución, el decomiso, la detención y el dinamitado de búnker de bandas que venden falopa. Y ése no es el problema:

“Porque vos dinamitás este bunker y aparece otro y otro y cuando dinamitaste todos los bunker aparecen los delivery de drogas que te la llevan a tu casa”.

El problema no es ése sino resolver la base. Entonces, si el Estado no da ni un planteo preventivo ni asistencial, el sistema de salud claramente está dejando un agujero así de grande por el que se cuelan la salud y la vida de nuestros pibes.

Legalización

Para el periodista un estado bobo penaliza a pequeños consumidores como delincuentes, llenando de expediente juzgados y que ni por asomo dan una ojeada a las causas que los verdaderos peces gordos acumulan, es simplemente obviar el punto de inflexión .Desde allí y solo desde ese lugar se podría estructurar una política en serio. Pero aquellos que deberían ejecutarla hay que comenzar por el principio: Legislar adecuadamente, sino corremos el riesgo de darle instrumentos legales a un nivel de convivencia entre narcos policías, abogados y jueces que aun tornen más peligrosa la situación.

Para Mauro Federico resulta «inconcebible» que «el Estado transforme a los chicos que tienen problemas de sustancias en delincuentes. Hoy en nuestro país sigue habiendo causas abiertas y procesos que se inician por la detención de una persona que tiene en su poder una cantidad de sustancia incompatible con la comercialización. Con lo cual lo primero que hay que decir es que hay despenalizar el consumo de sustancias. Pero para despenalizarlo, hay que enmarcarlo en un contexto de sociedad diferente».

Sería muy peligroso sin reales organismos de control. En la Sedronar hubo gente que cobraba a los narcotraficantes para habilitar lugares en donde importar efedrina. Si esos tipos están, es muy difícil que el Estado pueda cuidar a la sociedad para que después se haga con eso un mercado de la muerte.

Para los Federico, y para muchos otros, no se trata de «demonizar una sustancia. La marihuana o la planta no es el enemigo. El enemigo es la soledad, la mentira, la falta de contención… La acciones deben comenzar desde los padres, con la tremenda dificultad que eso conlleva en determinados ámbitos sociales. Allí la inserción de los chicos a la educación, al trabajo o mas no sea, a soñar algún futuro lejos de la droga, se esfuma cada mañana con una nueva compra de “Paco”. Podremos reconocernos como una sociedad compulsivamente adicta a negar una realidad que necesitamos reescribir y nos rodea desde todos los estratos sociales?

Mauro y Ariel lo hicieron a tiempo.

Pablo Kulcar
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